sábado, 1 de octubre de 2011

Contrastes

Mis ojos lentamenta observan,
el abrupto despertar matutino,
en el caminar agitado de la ciudad
en todo su afán de triste sociedad,
la magnitud de los campos
tan llenos de verde color e inmensidad,
los empujones del atropello insensato
tan llenos de premura y arrebato,
el tenue  y dulce canto de los pájaros,
en la dulce y celestial quietud,
el intenso murmurar de la multitud
llenos de frenesí e inquietud.
Un monte estático a lo lejos,
de laderas sinuosas e infinitas,
La belleza total, anteponíendose
al semáforo, e impertinentes cláxones,
el penetrar de ruidos ensordeciendo el oido.
Un torpe amanecer despunta el alba armoniosa,
sobre la agreste y virgen naturaleza,
opacando todo su esplendor y su belleza.
Los carteles luminosos
sobre altos y frios rascacielos
encandilan las retinas de esos seres,
sin paz, y perdido consuelo.
Un caballo que madruga
antes que el alba se aparezca
para vislumbrar el horizonte
tan celestial, tan lleno de belleza.
Unos jóvenes hablan 
murmuran y se ufanan
entre modorras de cerveza
llenas de vicios sus cabezas,
otros, toman mate, siembran maíz,
en su trabajo, incesante y feliz.
Un auto, viene bajando la avenida,
de el desciende, un deshecho de la vida,
el potro manso sale de los corrales,
a comenzar su andar por matorrales,
una mujer en la acera enciende un cigarrillo 
con parsimonia y manos en bolsillos,
el coche se detiene de su nocturno vaguear,
el hombre de campo cosecha esperanzas...
El hombre de ciudad, cosecha vicios. 

José Gennaro


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