EL DESPERTAR DEL ALBA
Los ríos murmuran en dulce lamento,
Trayendo recuerdos del ayer incierto,
Las montañas se alzan, firmes y rectas,
Guardianes eternos del tiempo despierto.
III
Bajo el cielo, vasto y sereno,
Los campos florecen en un lienzo ameno,
Cada hoja, cada flor, danzan en coro,
Cantando al unísono con el sol de oro.
IV
El mar refleja un azul profundo,
Como el alma del viajero errante,
Que busca en cada ola, un nuevo rumbo,
Siguiendo el eco de un anhelo distante.
V
Las aves, mensajeras del cielo,
Vuelan alto, con libertad en vuelo,
Sus alas rozan el infinito cielo,
Dejando tras de sí, un canto eterno.
VI
Los árboles se mecen con gracia y calma,
Sus raíces abrazan el suelo con alma,
Son testigos mudos del paso del tiempo,
Guardando secretos en su quieto templo.
VII
Las estrellas que duermen en la distancia,
Esperan la noche para brillar con constancia,
Como faros de luz en la vasta negrura,
Guían los pasos con su paz segura.
VIII
El aroma del campo llena el aire,
Con fragancias de tierra y flores alzadas,
Cada rincón del mundo es un paisaje,
De historias y vidas entrelazadas.
IX
Los caminos serpentean entre montañas,
Llevando consigo la esperanza eterna,
De aquellos que en el polvo dejan huellas,
Siguiendo el llamado de tierras nuevas.
X
El crepúsculo anuncia su despedida,
El sol se oculta tras la colina,
Y la luna, en su reinado de plata,
Extiende su manto sobre la tierra tranquila.
XI
El viento canta su melodía sutil,
Entre los bosques y las llanuras de abril,
Llevando consigo susurros del día,
Y promesas de un mañana que brilla.
XII
Los ríos siguen su curso infinito,
Bailando entre piedras y verdes ritos,
Son como la vida, siempre en movimiento,
Fluyendo sin fin en su propio tiempo.
XIII
El horizonte se tiñe de colores,
Que anuncian un mañana lleno de amores,
Cada amanecer es un nuevo comienzo,
Un lienzo en blanco, lleno de incienso.
XIV
Las sombras del atardecer se disipan,
Y en el cielo las estrellas titilan,
Es un ciclo que nunca se detiene,
La vida en su danza, siempre mantiene.
XV
Las hojas caen como susurros callados,
Alfombrando el suelo de sueños olvidados,
Y en su caída, nos recuerdan suaves,
Que todo tiene un final en las tardes.
XVI
Pero siempre habrá una nueva mañana,
Donde la luz se alza y la vida emana,
Y aunque el ciclo parezca eterno,
Cada instante es único en su anhelo.
XVII
Los ecos del tiempo resuenan sin prisa,
Contando historias de amor y ceniza,
De vidas pasadas y futuros inciertos,
De almas que buscan abrazos despiertos.
XVIII
Las montañas vigilan con paciencia,
Cada paso que damos en la existencia,
Son guardianas de lo que el viento se lleva,
Y de lo que en el corazón se queda.
XIX
El río sigue su viaje sin fin,
Como la sangre que corre bajo la piel,
Nos recuerda que todo tiene un destino,
Y que cada paso nos lleva al camino.
XX
Las estrellas, testigos de la eternidad,
Brillan con la luz de la verdad,
Nos muestran que en cada pequeño detalle,
Hay una historia que nunca falla.
XXI
Los vientos del norte traen consigo,
El aroma de tierras lejanas y amigos,
Nos susurran al oído sus secretos,
De lugares que aguardan en el silencio.
XXII
La luna, con su pálida presencia,
Ilumina el sendero con su esencia,
Es testigo de amores y sueños perdidos,
De aquellos que aún buscan su destino.
XXIII
Las nubes, en su danza celestial,
Cuentan historias en su lenguaje astral,
Son las mensajeras de lo eterno,
Flotando entre lo fugaz y lo tierno.
XXIV
El mar sigue su canto profundo,
Como el latido de un gigante mundo,
Es un recordatorio del alma vasta,
Que en su silencio, siempre nos abraza.
XXV
El tiempo, con su andar pausado,
Nos enseña que todo es prestado,
Que en cada segundo hay una joya,
Y que el presente siempre es la joya.
XXVI
Los amaneceres pintan el cielo,
Con colores que danzan en un anhelo,
Nos recuerdan que cada día es nuevo,
Y que en cada luz, nace un nuevo vuelo.
XXVII
Las flores del campo, en su breve existencia,
Nos muestran la belleza en su esencia,
Que lo efímero es también eterno,
Y que en cada ciclo hay un renacimiento.
XXVIII
El sol se oculta, pero siempre vuelve,
Es un recordatorio de que nada muere,
Solo cambia, solo se transforma,
Como el agua que al río retorna.
XXIX
Los susurros del viento nos envuelven,
En caricias suaves que nos disuelven,
Nos conectan con lo invisible y eterno,
Con lo que en el alma llevamos interno.
XXX
Y así, en la danza de la naturaleza,
Cada paso es una sutil fortaleza,
Que nos enseña a vivir con humildad,
Abrazando la belleza de la simplicidad
GIUSEPPE
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